Princesa es una de esas palabras que te perforan los oídos con su afilada cursilería.
Es rosa, es ñoña, es insípida y pusilánime.
Es la imagen de una dulce y frágil damisela de rasgos delicados y ternura infinita que cepilla su larga cabellera encerrada en una torre, limpia el polvo y canta con las dóciles criaturas del bosque en la cabaña de siete enanos o es explotada por malvadas hermanastras mientras espera ansiosa la llegada de un caballero apuesto y audaz que la libere
de su desdichada vida para colmar su futuro de empalagoso romanticismo.
Al menos esa es la idea de azúcar glas que venden los cuentos infantiles cuyos tintes patriarcales yo ya me resistía a digerir en mi más tierna infancia, algo que a mi madre le encanta contar.
Y sin embargo, conozco princesas (el mundo está lleno de ellas) pero las de verdad no son como las de los cuentos... aquí las princesas bailan a otro compás:
Las princesas que conozco no huyen despavoridas a las 12 de la fiesta, noy hay toques de queda ni hechizos que valgan, ellas deciden cuándo acaba la noche. No pierden zapatos de cristal porque no llevan zapatos de cristal. De hecho apenas llevan tacones (los tacones son invento de un misógeno) y, si se cansan de ellos, se los quitan y andan descalzas cual amazonas. No les quita el sueño dormir sobre un guisante; cualquier parque, banco o calle es buena cama si se tercia. No mantienen la compostura y tampoco son las más delicadas: gritan cuando les sale de dentro, dicen palabrotas, opinan de política, corren delante de la policía y detrás de los autobuses, juegan al fútbol, se emborrachan con bolcheviques y bailan con desconocidos.
No sueñan con el caballero del final feliz pues se enamoran cada día y son igualmente dichosas.
Tampoco necesitan que nadie acuda a rescatarlas porque ellas se liberan solas.
Ni pudores, ni complejos... que son guapas hasta cuando se despiertan con el maquillaje de la noche anterior restregado por la cara y una sensación en la boca de haber masticado gravilla o lamido contenedores.
Los animalitos no bailan ni cantan a su alrededor aunque de vez en cuando en su perfecta imperfección de princesas reciben, al igual que el resto de los mortales, un excremento gigante de paloma en la cabeza...
Pero siguen siendo princesas. Y hacen cosas de princesas, como lavar el coche, hablar con la boca llena, escupir cerveza en un ataque de risa o enseñar el culo en plena calle.
Aunque no debe engañaros su espontaneidad y su descaro; a veces se ponen tristes, se agobian o se preocupan y son tan tiernas que necesitan mil besos y abrazos para reactivarse.
"Dicen que las princesas no tienen equilibrio, son tan sensibles que notan la rotación de la tierra. Dicen que son tan sensibles que enferman si están lejos de su reino, que hasta pueden morir de tristeza."
Las princesas que yo conozco son republicanas y no tienen ni quieren reino. Pero al hilo de una sabia frase cinematográfica "tu país son tus amigos y eso sí se extraña", sé que morirían de tristeza lejos de ese "reino" que supone su amistad.
Y vivieron felices
(y no comieron perdices porque alguna era vegetariana).
Que engañadas nos tenían desde bien pequeñas poniéndonos vestidos para que nos sintiésemos princesas por un día, pero menos mal que hemos ido creciendo y ya hemos descubierto como de verdad se puede llegar a ser una gran princesa sin tanto vestido y tanto cuento... Las princesas de ahora son las que tendrían que salir en los cuentos ;) para demostrar que es mucho mejor hacer locuras, no esperar a ningún caballero y no tener hora de vuelta a casa =)
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