martes, 29 de mayo de 2012

¡Buongiorno principesse!

Princesa es una de esas palabras que te perforan los oídos con su afilada cursilería. 
Es rosa, es ñoña, es insípida y pusilánime. 
Es la imagen de una dulce y frágil damisela de rasgos delicados y ternura infinita que cepilla su larga cabellera encerrada en una torre, limpia el polvo y canta con las dóciles criaturas del bosque en la cabaña de siete enanos o es explotada por malvadas hermanastras mientras espera ansiosa la llegada de un caballero apuesto y audaz que la libere de su desdichada vida para colmar su futuro de empalagoso romanticismo.

Al menos esa es la idea de azúcar glas que venden los cuentos infantiles cuyos tintes patriarcales yo ya me resistía a digerir en mi más tierna infancia, algo que a mi madre le encanta contar.
Y sin embargo, conozco princesas (el mundo está lleno de ellas) pero las de verdad no son como las de los cuentos... aquí las princesas bailan a otro compás:
Las princesas que conozco no huyen despavoridas a las 12 de la fiesta, noy hay toques de queda ni hechizos que valgan, ellas deciden cuándo acaba la noche. No pierden zapatos de cristal porque no llevan zapatos de cristal. De hecho apenas llevan tacones (los tacones son invento de un misógeno) y, si se cansan de ellos, se los quitan y andan descalzas cual amazonas. No les quita el sueño dormir sobre un guisante; cualquier parque, banco o calle es buena cama si se tercia. No mantienen la compostura y tampoco son las más delicadas: gritan cuando les sale de dentro, dicen palabrotas, opinan de política, corren delante de la policía y detrás de los autobuses, juegan al fútbol, se emborrachan con bolcheviques y bailan con desconocidos. 
No sueñan con el caballero del final feliz pues se enamoran cada día y son igualmente dichosas. 
Tampoco necesitan que nadie acuda a rescatarlas porque ellas se liberan solas.
Ni pudores, ni complejos... que son guapas hasta cuando se despiertan con el maquillaje de la noche anterior restregado por la cara y una sensación en la boca de haber masticado gravilla o lamido contenedores.
Los animalitos no bailan ni cantan a su alrededor aunque de vez en cuando en su perfecta imperfección de princesas reciben, al igual que el resto de los mortales, un excremento gigante de paloma en la cabeza...
Pero siguen siendo princesas. Y hacen cosas de princesas, como lavar el coche, hablar con la boca llena, escupir cerveza en un ataque de risa o enseñar el culo en plena calle.
Aunque no debe engañaros su espontaneidad y su descaro; a veces se ponen tristes, se agobian o se preocupan y son tan tiernas que necesitan mil besos y abrazos para reactivarse.

"Dicen que las princesas no tienen equilibrio, son tan sensibles que notan la rotación de la tierra. Dicen que son tan sensibles que enferman si están lejos de su reino, que hasta pueden morir de tristeza." 
Las princesas que yo conozco son republicanas y no tienen ni quieren reino. Pero al hilo de una sabia frase cinematográfica "tu país son tus amigos y eso sí se extraña", sé que morirían de tristeza lejos de ese "reino" que supone su amistad.
 Y vivieron felices 
(y no comieron perdices porque alguna era vegetariana).





jueves, 24 de mayo de 2012

Las poesías son para el verano



Quiéreme.
Manifiéstate de súbito.

Choquémonos, como por arte mágico
en el Bukowski,
un Miércoles.
Pidámonos disculpas.
Intentemos tirar el muro gélido
diciéndonos las cuatro cosas típicas.
Invitémonos a bebidas alcohólicas.
Escúchame decir cosa estúpidas
y ríete.
Sorpréndete valorándome como oferta sólida.
Y a partir de ahí 
quiéreme.
Acompáñame a mi triste habitáculo. 
Relajémonos y pongamos música.
De pronto, abalancémonos como bestias indómitas.
Mordámonos, toquémonos, gritémonos
permitámonos que todo sea válido
y sin parar,
follémonos.
Follémonos hasta quedar afónicos 
Follémonos hasta quedar escuálidos.
Y al otro día 
quiéreme.
Daniel Orviz
http://poemaquiereme.blogspot.com.es/

miércoles, 9 de mayo de 2012

No es éste el relato de hazañas impresionantes...

Así comienzan las "Notas de viaje" en las que Ernesto Guevara, mundialmente conocido como el Ché, relata sus peripecias a lo largo del continente sudamericano en la aventura que improvisó, junto a su amigo Alberto Granado, a lomos de la Poderosa, una moto que no supo hacer honor al nombre que lucía y que les dejó tirados a medio camino.
Quizá no sea un cúmulo de "hazañas impresionantes", pero acabo de leerlas y dicen mucho de Guevara... además, claro está, de ser capaces de explotar al máximo el potencial de mi imaginación y hacer que me vea sacándome el carné de moto para, en un futuro cercano, echarme a la carretera con alguna buena compañía y sin un rumbo fijo. De eso y de viajar a Latinoamérica, que hace tiempo ya que ejerce una atracción enorme en mi persona.
Divagaciones juveniles aparte, reconozco que el Ché nunca despertó en mí un interés excesivo (por extraño que pueda parecer); supongo que siempre le he considerado un personaje excesivamente mitificado y me abrumaba ver su famoso perfil serigrafiado en chapas, camisetas y quinientos mil productos distintos fuese a donde fuese. 

El caso es que hace poco me surgió la curiosidad y, puestos a saber más acerca de él, qué mejor que leer lo que en algún momento pensó y escribió en un cuaderno. Las notas de viaje son testigo de cómo el Ché, que en sus 23 años todavía era solamente Ernesto o Fuser, adquiere conciencia del mundo en que vive y empieza a definir sus ideas y sentimientos al ser testigo de las miles de injusticias y desigualdades de esta sociedad. En las palabras de Ernesto se aprecia que el viaje supuso para él un cambio en la perspectiva desde la que veía el mundo y en su actitud ante la vida.
Describe con asombro imponentes ciudades, personas de las clases más bajas, paisajes fastuosos, algún incidente y desfortunio en el camino, trucos y picardías para seguir avanzando en la ruta y anécdotas curiosas de las que cualquiera podría ser protagonista.



En sus notas he encontrado un lado de Ché mucho más cercano, más humano de lo que la tradicional seriedad y fortaleza enmarcadas por unas greñas oscuras y una boina con estrella dejan traslucir a quien contempla su imagen. Sus inquietud por los pueblos indígenas, sus amores y desamores, su  convivencia y dedicación a  los enfermos en el leprosorio de San Pablo, su fascionación por la humanidad...
Es más fácil comprender así cómo este joven, que aún no había terminado la carrera de Medicina, acaba convirtiéndose en un icono de la revolución y muriendo en la guerrilla de Bolivia años después.

Creo que se podría decir que el Ché se dejó cambiar por el mundo y luego fue él quién quiso cambiarlo.
Ernesto se rebeló y decidio luchar contra las injusticias que genera este sistema asesino, dejó de ser cómplice de la miseria humana al abndonar la pasividad y la indiferencia, desprendiéndose de la comodidad de una vida familiar, de lo material... sin pedir a cambio más que la satisfacción de ver a la gente ser dueña de sus vidas.

"…y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo."
"Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor."
Y aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia.... 
Comandante Ché Guevara.