los pies trastabilleando sobre montañas de escombros.
El traumático sonido de los cazas, las bombas al caer.
Y taparse los oídos inutilmente.
Niños de caras sucias surcadas de lagrimones deambulando por la calle,
que cuentan palestinos saltando el muro, en vez de ovejas, para dormir.
Niños de cuerpos fríos cuyas lágrimas se han secado para siempre
y que los telediarios de Occidente han rebautizado:
Nombre: Daños.
Apellido: Colaterales.
Entonces quizás recordó el lamento de las gargantas quemadas de dolor,
la desesperación del que araña gravilla y ceniza entre las ruinas de su casa.
Camillas empapadas de sangre y tullidos con heridas sin cauterizar.
El olor de la morgue donde se acumulan, gélidos, los vecinos, los amigos, la familia.
El grito de un pueblo que choca contra el bloqueo.
Contra el muro. Contra un mundo sordo.
Como una piedra contra un tanque.
Quizás la impotencia devoró al miedo encendiendo la rabia que inundó sus pupilas.
Y se encaró. Seguro. Aferrando en su puño la bandera de los oprimidos.
PALESTINA LIBRE
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