viernes, 26 de octubre de 2012
viernes, 19 de octubre de 2012
товарищи
"Sé que tengo suerte de teneros cerca,
no encuentro belleza en los que nunca se rebelan".
P.I.B
Al otro lado de la ventanilla el
paisaje se desdibujaba por la velocidad mientras el cielo presumía una gama de
azules oscuros que señalaban la inminencia de la noche.
Eran dos, pero normalmente
ocupaban cuatro asientos en el tren. Se sentaban en frente uno del otro y
estiraban las piernas sobre el asiento de delante, un gesto de cómodo desenfado
que corresponde a la juventud.
Ese día, sin embargo, se sentaron
al lado. No por romper tradiciones sino porque era jornada de huelga y el vagón
parecía la barraca de un campo de concentración. Nadie quería quedarse en el
andén porque el próximo tren podía tardar más de una hora en llegar y los
cuerpos se apretaban cual sardinas en una lata de conserva. Cada centímetro
susceptible de ser robado al vagón era aprovechado por un nuevo pasajero que
encajaba sus pies entre los del resto de viajeros justo antes del cierre de
puertas. Ya se preocuparían luego del oxígeno.
Los que viajaban acompañados no hablaban mucho, pues con
tanto pasajero la intimidad se había visto obligada a quedarse en el andén. Cualquier
conversación sería recibida por varios pares de oídos curiosos o ausentes. Y,
sin embargo, en las treguas que les dejaba el sueño entre cabezada y cabezada,
ellos intercambiaban opiniones sin preocuparse de las miradas de soslayo que
les lanzaban sus comprimidos compañeros de viaje al oír hablar de piquetes
juveniles, salvajes cargas a caballo, sindicatos vendidos o compañeros detenidos.
Y fue ahí, en ese vagón
donde la intimidad no tenía cabida, que El Maestro, haciendo honor a su
sobrenombre (aunque no fue su sabiduría la que le granjeó este apodo), expuso
ante ella una verdad inmensa que quizás llevaban ya un tiempo sospechando:
“No sé tú, pero yo estoy cogiendo un cariño increíble a esta gente”.
domingo, 14 de octubre de 2012
El cementerio de los libros olvidados
"—Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo
que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes
lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de
manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su
espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me
trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo
como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o
quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una
biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un
libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los
guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros
que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo,
viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo
lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los
compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que
ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a
nosotros, Daniel. ¿Crees que vas a poder guardar este secreto?"
La Sombra del viento, Carlos Ruíz Zafón
"¿Es la primera vez que venís? ¿Sabéis como funciona?". Daniel Semper veía hoy desde mis ojos aquella habitación. Paredes cubiertas de libros apilados hasta el techo, columnas de literatura equilibrista que se balanceaban peligrosamente cada vez que alguien arrancaba una obra de las capas inferiores. Una escalera de mano para alcanzar los estantes más altos y cajas repletas de palabras, celulosa y tapas duras colocadas por el suelo. Etiquetas que rezaban "Arte", "Novela", "Poesía" o "Rarezas" en un intento de organizar el caos literario. Un sofá, una cafetera y todo el tiempo del mundo para barrer con la mirada autores y títulos impresos o grabados en un sin fín de cubiertas de diversos colores, tamaños y texturas.
Sentirse abrumada por tal cantidad de libros y saber que alguno te espera a tí, que saldréis juntos de la sala y que pasarás una a una todas sus páginas en un futuro no muy lejano. Me ha costado, pero al final, como Semper, he encontrado el mío, el que me estaba esperando, debajo de una pila de tomos descolocados... Llevaba mi nombre impreso sin tinta: un libro que tuve una vez de prestado y que no me pude leer...el azar me lo ha devuelto con palabras extranjeras. Dos pájaros de un tiro. O de un libro.
Salir de la habitación con las manos y la sonrisa llenas, sabiendo que vas a volver y agradeciendo que existan rincones así.
Donde no viven los libros olvidados, sino los libros libres, que ni se compran ni se venden.
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