viernes, 27 de abril de 2012

Una olla a presión


Últimamente, cuando leo la prensa, veo el telediario, sigo enlaces escabrosos en twitter o me aferro a los medios de contrainformación buscando un poco de cordura, acabo notando la sangre en ebullición burbujeandome en las venas:

Más de cinco millones de parados y una reforma laboral que facilita el despido libre y a la que ni el ministro cree capaz de generar empleo.
Familias desahuciadas que se quedan en la calle y cuyo piso va a engrosar la colección de casas vacías de unos bancos que han sido rescatados con dinero público; mientras, Rodrigo Rato saluda desde la portada del periódico aireando su carencia de escrúpulos sobre el titular que muestra los millones que gana anualmente.
Veo la impunidad de la Policía Nacional y los UIP, su arrogancia y su agresividad; y veo claramente a quién defienden, los intereses de quién defienden. Leo redadas racistas en las calles y en el Metro y me encabrono pensando que una vida humana pueda considerarse ilegal.
Los corruptos salen limpios del tribunal y se encarcela "preventivamente" y sin juicio a manifestantes.
Se multa con 750€ rebuscar comida en las basuras, pero se aprueba la amnistía fiscal.
Si le debes dinero a  Hacienda estás jodido, pero los equipos de fútbol le deben más que tú, eso sí, que circo no nos falte, que aumente de forma inversamente proporcional a lo que baje el pan. En eso colabora el señor monarca que se va a cazar elefantes a Botswana mientras en su reino más del 25% de la población se encuentra en riesgo de pobreza.
El paro juvenil ya supera el 50% y miles de jóvenes emigran en busca de un trabajo; pero Wert pone solución al problema subiendo las tasas universitarias y recortando en Educación: si no hay cerebros no puede haber fuga de cerebros.
Los recortes en Sanidad hacen peligrar la vida y la salud de los ciudadanos y empiezo a pensar que el apellido de la ministra es una broma de mal gusto. Nos intentan colar el copago aunque sabemos que es un repago, al fin y al cabo para algo sirven los impuestos que pagamos.
Los medios de comunicación mercantilizan la información y manipulan la verdad para proteger a los poderosos ¡qué para algo se han molestado en adquirir acciones en la empresa!.
Los sindicatos nos venden al gobierno para poder lucir un rolex que no conjunta bien con las barbas de marxista que disfrazan una institucion desvirtuada que ha dejado de defender al trabajador para lamer la mano que le alimenta y finjir oposición al capital mientras pacta con la patronal.
Luego veo los esbozos de la reforma del Código Penal y me acojona pensar lo fácil que es ser terrorista en este país y comienzo a plantearme que, además de empezar a ver a España en blanco y negro, puede que a este ritmo acabemos viéndola entre rejas. Llega entonces Puig, que promueve el terrorismo de Estado y nos trae una creación del Fascismo 2.0: "denuncia a tu vecina" proclama la web de los mossos en una página con carpetas personalizadas para identificar a manifestantes. Es un poco el "¿Vives como el culo? ¿trabajo precario? ¿temes que te desahucien?... ¡aún puedes denunciar a tu vecino y sentirte del lado de los vencedores!". Consuelo para idiotas y traidores de clase.
Sube el precio del transporte público, para que puedas invertir lo que ganas con tu trabajo de mierda en pagarte el Metro que te permita llegar puntual a él.
Por otro lado, lo de que el Parlamento alemán conozca antes que nosotros los planes del gobierno y que anuncien los recortes en una nota de prensa me parece deleznable, luego Mariano sale corriendo por la puerta de atrás, porque eso seguro que da confianza a los mercados...
Igual que lo de homenajear fascistas y no ser capaces de condenar una dictadura; tiene cojones que se llame demócrata a quién firmaba sentencias de muerte. Eso en Alemania si que no lo aprueban, que conste.
Si un contenedor o el escaparate de un Starbucks vale más que los ojos, bazos y vidas reventados por las pelotas de goma de la policia, me planteo seriamente la cota de humanidad que le queda a este puto mundo.
Y cada día nuevas detenciones irregulares y arbitrarias a los que protestan contra el sistema: se presentan en tu casa, por sorpresa, encapuchados... Esto con Franco sí pasaba.
Lo peor es que, a este ritmo, cualquier día descubriremos a los abuelos echando de menos las cartillas de racionamiento.
 Que me planteo qué crisis es ésta en la que las grandes empresas siguen sumando beneficios y  los que se suicidan no son brokers, sino ancianos y trabajadores... Apesta a estafa.

Y ante todo esto aún hay gente que se desentiende... el "ya me las apañaré" no puede ser una opción. Es una irresponsabilidad para contigo mismo, tu sociedad y con los que van a venir después, además de una falta de respeto a los que se dejaron la vida luchando por nuestros derechos.
Hay que moverse. Más aún. Decidámonos a vivir y no meramente a existir, dejemos de ser estadísticas y esclavos de un sistema programado para producir y consumir, para alimentar a las grandes fortunas y dejar morir al hemisferio sur. Salgamos a la calle sin miedos y luchemos de verdad, recuperemos nuestras vidas, robemos el futuro que han puesto en venta.


"Perseguís a la gente de quien dependéis, preparamos vuestras comidas, recogemos vuestras basuras, conectamos vuestras llamadas, conducimos vuestras ambuláncias, y os protegemos mientras dormís... así que no te metas con nosotros."

A ver si las calles empiezan a oler a dignidad.

domingo, 15 de abril de 2012

Solo la cultura da la libertad

Uno de los baremos con que se mide el nivel de desarrollo socio-económico de un país, o Índice de Desarrollo Humano, es la educación. No creo que a nadie le resulte extraño este dato, pues la cultura engendra personas libres y mentes críticas, por lo que un pueblo ignorante está destinado al atraso. En consecuencia, debería ser un asunto primordial para cualquier gobierno el proporcionar a sus ciudadanos una educación de calidad. Sin embargo, en los últimos años vemos como el papel de la educación está siendo subestimado por los gobiernos.

En los últimos meses hemos visto como los recortes en educación obligatoria han sacado a la calle a la “marea verde”: miles de profesores, alumnos y familias que, bajo el lema “escuela pública: de todos, para todos”,  han protestado por el ataque que ha sufrido este servicio público por parte del gobierno con la excusa de la austeridad.

Por su parte, la Universidad, también está siendo objeto de proyectos y reformas que degradan la calidad de la educación al poner a la institución en el punto de mira de los intereses económicos. El polémico Plan Bolonia se presentó como un avance en la estructuración de la educación superior: un modelo dinámico en el que prima la asistencia obligatoria, la enseñanza práctica y de mayor calidad enfocada a la salida al mundo laboral, que favorecería el aprendizaje del alumnado al establecerse un sistema de evaluación continua con pequeños ratios de alumnos por clase, que facilitaría el reconocimiento de títulos en Europa al homogeneizarse las titulaciones y la movilidad de estudiantes y personal del PDI o PAS en el espacio europeo.
A día de hoy, sin embargo, vemos que el Plan Bolonia ha sido un engaño, pues solo se han implantado determinados aspectos: suben las tasas de matriculación, se han reducido las horas lectivas, se eliminan asignaturas optativas, se masifican las aulas...
La integración en el Espacio Europeo de Educación Superior no ha sido más que un paso hacia la mercantilización de la Universidad, un objetivo que ya ni siquiera la ANECA (organismo encargado de aprobar los planes de estudio) se esfuerza en esconder: “[...] la universidad ya no es más un lugar tranquilo para enseñar, realizar trabajo académico a un ritmo pausado y contemplar el universo como ocurría en siglos pasados. Ahora es un potente negocio, complejo, demandante y competitivo que requiere inversiones continuas y de gran escala.”
Skilbeck 2001, pg.29

Cada día vemos como la Universidad se aleja de sus fines sociales y académicos, del carácter de espacio de cultura y saber que siempre ha caracterizado a esta institución, para ir amoldándose a un perfil que responde a la coyuntura e intereses del libre mercado, para transformarse en una fábrica de graduados listos para convertirse en engranajes del sistema.
La Universidad se privatiza a ritmo acelerado con la progresiva y silenciosa implantación de la Estrategia Universitaria 2015, que continúa lo empezado por el Plan Bolonia. Ya no se motiva el pensamiento crítico, ni el debate, ni el gusto de aprender por aprender; los profesores vomitan su temario como pueden para intentar completarlo en el tiempo record que suponen las 2h y media semanales que tienen, mientras los alumnos llegan, toman apuntes que más tarde memorizarán para plasmar en un papel el día del examen, y se marchan a casa sin más. No se incentiva el razonar, no se enseña a rebatir, a pensar, a ser crítico... solo a aceptar y asumir la información que se nos da.
Un conocido filósofo alemán describió, a mi parecer, la situación actual de la Universidad: "El sistema capitalista no precisa de individuos cultivados, sólo de hombres formados en un terreno ultraespecífico que se ciñan al esquema productivo sin cuestionarlo"
La Universidad debe servir al saber y no a los intereses económicos del sistema capitalista. Por eso creo fundamental recuperar la Universidad pública como espacio común de intercambio de opiniones, de debate, de una juventud con inquietudes, creativa y crítica.

"Solo el que sabe es libre, y más libre es el que más sabe. Solo la cultura da la libertad"
                                                 Miguel de Unamuno

miércoles, 4 de abril de 2012

Cosas chiquitas

Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable. 
                                                                                                                       Eduardo Galeano